Dic 04, 2013 Mercedes América del Sur, Argentina, Columnistas, Córdoba, Destinos, En Familia, Escapadas de fin de semana, Estilos de viaje, Fin de semana largo, Mercedes, Nono 0
Existe una tendencia natural en el ser humano por conservar la mayor cantidad de objetos: fotos, cartas, souvenirs, adornos, cosas inservibles que ya no necesitamos ni usamos, pero que nos parece que en cualquier momento pueden sernos útiles, o traernos recuerdos perdidos en nuestra cabeza…Reconozco que es una actitud que me molesta. Lucho día a día por no dejarme llevar por la tentación de acumular cosas y ocupar espacios.
Cuando me contaron acerca del Museo Rocsen, estando de vacaciones en Nono, Provincia de Córdoba por un lado sentí intriga, pero por otro lado despertó mi fastidio: un espacio multifacético con toda clase de objetos que habían sido recolectados año a año por Juan Santiago Bouchon desde que había llegado –desde Francia- a esas tierras en 1959. Ya me saturaba la idea de llegar a un lugar donde el gran logro hubiera sido la capacidad de acumular. Objetos, objetos y más objetos.
Pese a mi poco entusiasmo, partimos hacia allí. A lo lejos vi la fachada del Museo y mi percepción del lugar empezó a cambiar. Ya me gustó descubrir en la entrada aquellas 49 esculturas que hacen referencia a personas que le han aportado conocimiento o valores a nuestra humanidad. Dispuestas de una manera que me recordaban las fachadas de algunas iglesias góticas en Francia.
Entré, y frente a mí se abrió un universo de obras de arte y objetos de toda clase: cerca de 25000 elementos dispuestos en sus más de 1500 mts cubiertos!
Entonces comprendí la magnitud del museo y el entusiasmo con el que el coleccionista Bouchon había armado ese espacio. Sentí el orgullo y la dedicación que había entre esas paredes y mi idea acerca de la acumulación de objetos cambió.
Cada sala mantiene su propia lógica y le propone al espectador comprender un universo, que puede ser tecnológico, histórico, científico o artístico. Experimenté la capacidad de asombro que tenemos los seres humanos. Cada puerta que se abría, una nueva sorpresa me movilizaba a leer los carteles o simplemente observar lo que allí se presentaba.
Sin duda, los rincones criollos o de aristócratas -en donde se reconstruyen espacios de nuestra historia y nuestras costumbres- fueron algunas de las cosas que más me gustaron. Aunque también los grabados de Piranesi de 1720 o las cerámicas de las distintas culturas andinas captaron gran parte de mi atención.
Nos quedamos muchas horas, cada uno de los miembros de mi familia enfrascado en su mundo de historia, de biología o arte. Al salir, ya se estaba poniendo el sol. Hacía mucho calor y el cielo se veía naranja. Volví mi mirada hacia la fachada y dí gracias que mis prejuicios no me hubieran hecho perderme este gran museo cordobés, rodeado de ríos, pájaros y sierras.
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