Ago 07, 2013 Camilo América del Sur, Camilo, Columnistas, Con Amigos, Destinos, Ecoturismo, En Familia, En pareja, Estilos de viaje, Turismo Aventura 2
Hace unos años, uno de nuestros corresponsales viajó a Mato Grosso do Sul y se internó en el Pantanal. Crónica de unos días entre la inmensidad de un Brasil muy poco conocido y visitado.
Es parecido a la sabana africana, dicen que dicen los que vienen de Europa o Estados Unidos. Tiene mucho de los Esteros del Iberá, dicen a su vez los que cruzaron la frontera desde Argentina. Lo cierto es que Pantanal tiene algo de ambos. Pero en el fondo es más original y único. Por supuesto, acá no hay ñus escapando de las fauces de leones hambrientos para las cámaras de National Geographic o un Mr. Tomkins alambrando caminos comunitarios. En Pantanal hay yacarés. Y onzas (yaguaretés). Y araras. Y tuiuiús. Y capivaras (carpinchos). Y pirañas. Y sucuríes (víboras). Y un montón de animales salvajes más, desde escarabajos del tamaño de un puño hasta ciervos pantaneiros. Y seres humanos, por supuesto, aunque no muchos para una extensión del tamaño de un país europeo. Con esos pocos hombres llegaron los cebúes y los caballos, pantaneiros, por supuesto. Y algunas lanchas y, al final, los turistas. Esos que necesitan comparar paisajes para poder traducir lo que los ojos captan y que, a la larga, son sólo el subtitulado de una película que verdaderamente se forma en la mente.
Llegar hasta Pantanal tiene mucho de viaje iniciático. No es fácil. No es rápido (a menos que se cuente con una avioneta particular). Se inicia y no se sabe cuándo termina.
Desde Buenos Aires, primero hay que ir hasta San Pablo y aguardar la conexión para Campo Grande, capital del estado de Mato Grosso do Sul. Hora y media más tarde se llega a un aeropuerto mínimo pero moderno. Allí nos aguarda una van para seguir en tránsito. Aunque mucho tráfico no hay. Y se comienza un largo camino a través de lo que alguien con pocas luces definiría como el viaje al Brasil profundo y que, más bien, se trata de una travesía a la profundidad de un Brasil que poco se asemeja al Corcovado, a las playas nordestinas, al carnaval eterno, a la argentinísima Camboriú o a la niemeyerana Brasilia.
Tierra colorada y un mar de verdes pasan por la ventana. Pocos autos y camiones que van y vienen. Y un parador en la ruta como el de General Acha en La Pampa, por ejemplo, pero con espeto corrido. Y guaraná. Y la cerveza estúpidamente gelata. Es que estamos en Brasil.
El aeropuerto ya es un recuerdo de hace tres horas. Y restan otras tantas. Lo siguiente: casi 100 kilómetros de una ruta de tierra con nombre cool, “transpantaneria”, tan recta como poceada. Uy, un yacaré dirá alguien. Ahí, a la vera del camino, se van sucediendo pequeños trailers de la película Pantanal, con esos bichos preshistóricos tomando sol e intercalando protagonismo con capivaras y demás criaturas. Y entonces sí, el final. Que no es el final. Pero ya no importa porque el río Abobral, tremendo tajo acuático que usualmente desemboca en el río Paraguay (usualmente porque parte del año está seco) es la última escala. Hay que abordar unas lanchas finas, largas y cuidado con moverse mucho que se hunden, nos avisan. Una hora serpenteando aguas arriba de un curso enorme que, nos repiten, una vez al año decide tomarse vacaciones y mudarse al cielo convertido en vapor de agua.
Y se llega a la fazenda Xaraés, lodge de ecoturismo o, en su defecto, la excusa ideal para alejarte del mundo durante un rato. Para llegar hasta allí: aire, tierra y agua. Experimentar los tres elementos parece una forma de aclimatación.
Gracias a la globalización, en Xaraéz, además del portugués te hablan en english si querés. Bueno, también portuñol, pero eso no se le niega a nadie. Es que ellos saben que los euros corren más que los pesos y hacia allí apuntan. Será cuestión de cambiar la onda. De generar un flujo desde Argentina… y ya nos fuimos de tema.
Cuestión que se llega a un lugar donde si no tenés Off, fuiste. Y si tenés, la podés pasar muy bien. Los cuartos son cómodos. La comida es rica (o mejor dicho, después de una punta de horas en aviones, vans y lanchas, toooodo es rico), la cerveza está fría y uno de los tantos Joãos que hay prepara la mejor caipirinha de este lado del río Miranda.
Buenas noches y a dormir.
Bien temprano, al otro día, ya salió el sol y hay que salir también. Rápido café da manha y a andar en lancha. Y a contagiarse de los ruidos y los aromas que emanan del efímero Abobral. Y a aprender que los veinte metros de orilla a orilla y los siete de profundidad, alberga una comunidad de pirañas tal que mejor no metas la mano muy hondo. No, de los yacarés, de esos yacarés que ves de a decenas en las orillas, ni te preocupes. Rara vez muerden la mano del hombre. Será porque hubo un tiempo que no fue hermoso –para los reptiles- y con una linterna y una escopeta, un buen y honrado pantaneiro podía bajar hasta doscientos por noche. Rica piel y cara carne. O al revés. Un día empezaron a escasear y eso no tiene buen márketing. Y ahora los protegemos. Porque en el fondo eso es mejor. Y ellos, los yacarés, nos miran impávidos, con la paciencia de un Buda para nada vengativo. A fin de cuentas, somos de una especie que pronto dejará esta tierra, mientras ellos seguirán reptando y descuajando cualquier cosa que se encuentren por delante. Como viene ocurriendo desde que alguien empezó a contar el tiempo. Al hombre no se le acercan; no les interesa; mejor tenerlos a distancia.
Silencio entre la gente y dejemos a los pájaros hablar. Una persona los graba para una radio de Francia. Eso es periodismo. Pero todos los demás nos dejamos envolver por este sonido estéreo que ni un Bang & Olufsen puede sacar con tanta fidelidad. Che, sacame una foto, se escucha. Pero para qué gastar pólvora en chimangos. Podés retratar el afuera, pero la cámara no capta “todo”. Y ya parece que hablamos en código colgado. Pero no, salen así las cosas.
En general, los programas en el Pantanal se tratan de eso. De que uno se meta en la naturaleza. Entonces, te metés en el río y en los árboles que crecen en las orillas y en los pájaros como el martín pescador que revolotea por todos lados o los altivos araras que, monógamos azules de cien mil dólares por cabeza en el mercado negro, te miran en pareja desde las alturas. Te metés en los sonidos y los olores y las sensaciones. Y cuando salís a caminar lo mismo. Y hasta cuando estás en la pileta, al mediodía, con música de fondo y una cerveza en la mano, lo mismo. Aunque, bueno, ese es el merecido descanso. Pero desde el borde mirás alrededor y decís: che, qué suerte que tengo. Así de simple. Y la frase, banal, facilonga, lo que sea, orada el ser a una profundidad tal que, para buscarla, deberías cavar hasta Australia ida y vuelta.
Sin embargo… nada, nada, pero nada, te prepara para “la” actividad. Y es increíble que esta llegue a lomo de un caballo que, en las cuadreras de cualquier pueblo argentino no llegaría ni a recortarle las coces al matungo que tira de un sulki gastado.
No son lindos. No son altos. No son lustrosos. Son… los caballos pantaneiros. Simples bestias que, con el correr de los minutos, mutan en hermosos corceles de oda griega. Pequeños caballos de troya que guardan la sorpresa del descubrimiento. Entonces, agarrate bien, llevate algo de agua, otro poco de Off y dejate conducir. Literalmente.
Dicen que tres horas a caballo en Pantanal es más edificante que un tour por la Muralla China. Mentira. Es un simple paseo a caballo por un lugar arrancado del sueño acuoso de un artista. Un paisaje inundado, con salpicaduras de pastizales (de ahí viene el comentario de se parece a la sabana) y arboledas varias. Campo abierto en el que uno se deja llevar por el caballo y se mete casi hasta la cintura en el agua. O sea, un paseo a caballo. Entonces, ¿cuál es el chiste con todo esto? La respuesta fácil es: vivilo y contame. Lo difícil es lo que siguiente: tratar de explicarlo.
Andar a caballo ya es gratificante. Es placentero. Realizar una cabalgata por un paisaje que se presume poco transitado agrega una cuota extra de aventura. Pero si estás andando a caballo con el agua hasta la rodilla y de repente uno de los omnipresentes yacarés te mira desde menos de dos metros y vos sabés que no te va a pasar nada, entonces, my brother, has llegado. Porque es eso. Porque sabés que no te va a pasar nada. Nada malo puede pasarte. Porque estás en Pantanal. Esta tierra es mágica. Esta tierra es un milagro y vos, en un arranque de misticismo, sobás el ego del dueño de la fazenda y se lo gritás: “¡João! ¡Esto es un milagro!” y seguís galopando entre el agua. ¿Hice mejores cabalgatas? Quizás: saltar de piedra en piedra con un caballo con complejo de cabra montés en San Luis también dio para el asombro. Pero no es necesario comparar. Mirás alrededor y ves una llanura. Llena de agua. Llena de pastizales. Llena de vida. Llena de cielo y pájaros. Llena de un Brasil que no conocés. Y vacía de problemas. O sea, si no pagaste la tarjeta de crédito antes de venir acá, tampoco lo vas a haber pagado en Pantanal. Ese, en definitiva, no es un problema; es una deuda. No hay problemas. De los otros. ¿Entendés? No hay. Hay un caballo, un pantanal y vos. No hay lugar para más. No tiene que a haberlo. No hay música funcional. Ni tampoco una máquina de fotos mejor que tus ojos. Disco rígido cerebral y a otra cosa.
Y entonces un veterano periodista de viajes español, que hace veinte años trajina el globo, te dice muy suelto de cuerpo, como quien comenta el clima pero que, en el fondo, uno sabe que él sabe lo que dice: “con esta cabalgata me he pagado el viaje”.
Eso es Pantanal. Y bueno, también es lo que el próximo viajero sienta. Porque sentir Pantanal es la único cierto, concreto, que uno puede llevarse de Pantanal.
Mar 27, 2014 0
Mar 27, 2014 0
Mar 27, 2014 0
Mar 26, 2014 0
Ago 11, 2013 5
Sep 10, 2013 4
Dic 24, 2013 3
Dic 11, 2013 3
Sep 17, 2013 2
Ago 26, 2013 2
Mar 27, 2014 0
Mar 27, 2014 0
Mar 27, 2014 0
Mar 26, 2014 0
Mar 25, 2014 0
4 años ago
Mar 27, 2014 0
Fez es la segunda ciudad en importancia de Marruecos, luego...Mar 27, 2014 0
Bonito es una joya escondida del turismo brasileño. No es...Mar 27, 2014 0
“San Isidro es distinto”. Eso reza el slogan...Mar 26, 2014 0
Hablar de Salta es hablar de tradición. Es una de las...Mar 25, 2014 0
Es parte de la historia de la Argentina. Al menos, tiene un...Mar 27, 2014 0
Fez es la segunda ciudad en importancia de Marruecos, luego de Casablanca...Mar 27, 2014 0
Bonito es una joya escondida del turismo brasileño. No es muy conocido por los...Mar 27, 2014 0
“San Isidro es distinto”. Eso reza el slogan que la municipalidad...Mar 26, 2014 0
Hablar de Salta es hablar de tradición. Es una de las ciudades más antiguas...Mar 25, 2014 0
Es parte de la historia de la Argentina. Al menos, tiene un párrafo importante...
me podrás pasar la info de cómo ir al Pantanal?
Gracias
Ignacio
Gracias por el interés. Se lo envío por mail, a su casilla.
Saludos,
Camilo.